El valor del sufrimiento
De un tiempo a esta parte vengo desarrollando una tesis: básicamente hoy no se valoran los malos ratos. Pareciera ser que nos envolvió la nube de la eterna felicidad y que hoy por hoy todos pretenden andar con una sonrisa de oreja a oreja inamovible, y que cualquier evento que atente contra ella y la desdibuje se transforma en algo crítico que debe ser erradicado.
Pareciera ser que hoy en día la gente tratara de construir su biografía en base a un cúmulo de álbumes fotográficos con los mejores momentos. ¿Y qué pasa con los malos momentos? Hay que extirparlos, o peor aún guardarlos bajo la alfombra o taparlos con arena en la playa, con el gran riesgo de que ante cualquier viento fuerte vuelvan a asomarse.
La razón de esta neo-ideología, se cimienta en 3 pilares:
Primero, la gente no quiere pasarlo mal. Eso es obvio, a nadie le gusta pasarlo mal; por ende existe la tendencia en todos y cada uno de los seres vivos a evitar el disconfort. Esa es la principal razón que ha permitido que la vida se desarrolle en el planeta y no merece mayor análisis.
Segundo, la gente quiere las cosas en forma inmediata. El principal demonio de nuestra cultura 2.0 es la inmediatez. En los albores del uso masivo de Internet, se usaba la conexión por módem que a su vez se conectaba al teléfono, siendo la conexión más rápida de 128 kbps. Todos vivían maravillados por tal adelanto tecnológico y a nadie le importaba esperar 3 minutos para que se cargara la página con el mail. Hoy en día si hubiese que esperar 3 minutos para cargar la página del mail, probablemente ese computador hubiese sido reiniciado al minuto y medio. ¿Cuál es el punto? Nadie está dispuesto a esperar, por ende, ante toda adversidad y problema o conflicto la gente espera que este se resuelva en forma inmediata. No en vano nuestros abuelos decían "hay que darle tiempo al tiempo", lamentablemente refranes como ese están en franco peligro de extinsión y casi ni se escuchan en las conversaciones. Y es así como muchas veces la gente toma malas decisiones porque no entiende que en la relaciones humanas el factor "tiempo" es un valor.
Y tercero, no se valora el sufrimiento como una forma de templar la voluntad. La gente olvidó lo que significa tomar una decisión; olvidó las consecuencias que implican el acto de decidir. Nadie quiere hacerse cargo de las decisiones que toma, por eso disfrazan las decisiones como sucesos azarosos sobre los cuales no se tiene ningún control. Es que la operación es sencilla, decidir implica necesariamente no elegir el resto de las alternativas y eso es lo que la gente olvida y no entiende. Ponerse un vestido blanco significa no andar con un vestido azul, verde ni rojo; doblar a la derecha significa no doblar a la izquierda y elegir estudiar medicina implica no entrar a estudiar derecho. ¿Y qué tiene que ver esto con la voluntad? Mucho. Porque la voluntad se templa cada vez que sentimos ganas de dar pie atrás en nuestras decisiones y sin embargo, seguimos adelante para ser consecuentes con nosotros mismos.
De esta forma podemos conjugar los tres factores para decir que para pasar por un mal rato hay que ser paciente y tener la voluntad de ser consecuentes. Situación que hoy no se da en lo más mínimo porque se prefiere vivir en una nube a crecer a partir de una mala experiencia. Y finalmente de eso se trata todo, de aprender y de crecer; curiosamente para ambas se requiere tiempo.
Las malas experiencias nos enseñan, nos forjan el temple y nos ayudan a encarar de mejor forma las visicitudes que aparecen. Pero, si la gente no se toma ese minúsculo tiempo en respeto a ellos mismos, ¿cómo pretendemos que esa gente no siga comentiendo una y otra vez los mismos errores?
Echemos un vistazo entonces a nuestra forma de vivir y eliminemos el mal hábito de insistir en solucionar todo al instante y más importante aún hagámonos responsables de nuestras propias vidas.
Pareciera ser que hoy en día la gente tratara de construir su biografía en base a un cúmulo de álbumes fotográficos con los mejores momentos. ¿Y qué pasa con los malos momentos? Hay que extirparlos, o peor aún guardarlos bajo la alfombra o taparlos con arena en la playa, con el gran riesgo de que ante cualquier viento fuerte vuelvan a asomarse.
La razón de esta neo-ideología, se cimienta en 3 pilares:
Primero, la gente no quiere pasarlo mal. Eso es obvio, a nadie le gusta pasarlo mal; por ende existe la tendencia en todos y cada uno de los seres vivos a evitar el disconfort. Esa es la principal razón que ha permitido que la vida se desarrolle en el planeta y no merece mayor análisis.
Segundo, la gente quiere las cosas en forma inmediata. El principal demonio de nuestra cultura 2.0 es la inmediatez. En los albores del uso masivo de Internet, se usaba la conexión por módem que a su vez se conectaba al teléfono, siendo la conexión más rápida de 128 kbps. Todos vivían maravillados por tal adelanto tecnológico y a nadie le importaba esperar 3 minutos para que se cargara la página con el mail. Hoy en día si hubiese que esperar 3 minutos para cargar la página del mail, probablemente ese computador hubiese sido reiniciado al minuto y medio. ¿Cuál es el punto? Nadie está dispuesto a esperar, por ende, ante toda adversidad y problema o conflicto la gente espera que este se resuelva en forma inmediata. No en vano nuestros abuelos decían "hay que darle tiempo al tiempo", lamentablemente refranes como ese están en franco peligro de extinsión y casi ni se escuchan en las conversaciones. Y es así como muchas veces la gente toma malas decisiones porque no entiende que en la relaciones humanas el factor "tiempo" es un valor.
Y tercero, no se valora el sufrimiento como una forma de templar la voluntad. La gente olvidó lo que significa tomar una decisión; olvidó las consecuencias que implican el acto de decidir. Nadie quiere hacerse cargo de las decisiones que toma, por eso disfrazan las decisiones como sucesos azarosos sobre los cuales no se tiene ningún control. Es que la operación es sencilla, decidir implica necesariamente no elegir el resto de las alternativas y eso es lo que la gente olvida y no entiende. Ponerse un vestido blanco significa no andar con un vestido azul, verde ni rojo; doblar a la derecha significa no doblar a la izquierda y elegir estudiar medicina implica no entrar a estudiar derecho. ¿Y qué tiene que ver esto con la voluntad? Mucho. Porque la voluntad se templa cada vez que sentimos ganas de dar pie atrás en nuestras decisiones y sin embargo, seguimos adelante para ser consecuentes con nosotros mismos.
De esta forma podemos conjugar los tres factores para decir que para pasar por un mal rato hay que ser paciente y tener la voluntad de ser consecuentes. Situación que hoy no se da en lo más mínimo porque se prefiere vivir en una nube a crecer a partir de una mala experiencia. Y finalmente de eso se trata todo, de aprender y de crecer; curiosamente para ambas se requiere tiempo.
Las malas experiencias nos enseñan, nos forjan el temple y nos ayudan a encarar de mejor forma las visicitudes que aparecen. Pero, si la gente no se toma ese minúsculo tiempo en respeto a ellos mismos, ¿cómo pretendemos que esa gente no siga comentiendo una y otra vez los mismos errores?
Echemos un vistazo entonces a nuestra forma de vivir y eliminemos el mal hábito de insistir en solucionar todo al instante y más importante aún hagámonos responsables de nuestras propias vidas.