Introspección
Caminaba por la calle, eran las 12 del dia, estaba nublado y corria viento, los pantalones se apretaban en la piernas, y la gente caminaba rápido y con indiferencia. De fondo sonaba la canción que había escuchado la noche anterior, lo que calzaba a la perfección con la imagen.
Las cosas se veían en cámara lenta y en blanco y negro, como si la camara hiciera una toma en primer plano de la cabeza, que miraba preocupada el suelo, y buscaba las imperfecciones de la vereda.
La persona que venía en frente, un señor de no mas de 48, parecía hacer el mismo ejercicio. Quizas pensaba en su familia, o quien sabe... al verlo, lo evadí y segui caminando.
Lllegue a la esquina, el semáforo estaba en rojo y la gente se detuvo a esperar. Yo miré, y seguí caminando. El frío era agradable, tenía las mejillas heladas y mis manos estaban en los bolsillos de la chaqueta. sentí ganas de fumar. Un par de tipos, con fachas desagradables se acercaron a acosarme para que les diera un cigarro... no les di, no fumo.
El viento seguía golpeandome la cara y me hacía sentir como el aire se inmiscuía dentro de mis ojos.
Lllegué a donde iba y, ahi estaba la gente que no quería ver y con la que no queria estar, preguntando cosas que no quería responder y pidiendome que les contara cosas que no les quería contar.
Me alejé de ellos con paso raudo y me metí en el edificio. Subí al segundo piso y fui a la oficina a hablar con quien debía.
Salí decepcionado, y ahi estaban de nuevo, preguntando, molestando y regocijandose con la situación. Me sentí incómodo, sentí como sus miradas escrutaban mis respuestas, mis gestos, mis actitudes, mis silencios, mis negligencias... Sentí como sus agujas penetraban por debajo de mis uñas, sentí como prendían el foco y lo apuntaban a mis ojos, sentí como intentaban violar mi privacidad.
Me sentí culpable por permitirles llegar a esa situación, sentí el peso de las responsabilidades que desconocí e ignoré. Dejé de sentir el viento en mi cara.
Salí caminando por donde vine, tratando de reencontrarme con ese sublime momento de reflexión, pero no fue lo mismo, porque los limites ya habían sido traspasados y el daño ya era demasiado grande...
Nunca más he vuelto a sentir el calor de las nimiedades mientras, tanto uno mismo como la propia mente divagan por la consciencia y por la ciudad.
La ciudad es como la consciencia, gustas de ella hasta que empieza a llover. Mientras más la recorres, más conoces los suburbios, los que son cada vez menos elegantes, hasta llegar a ser desagradables. Dependiendo de la situación, recurres a uno u otro sitio, pero a veces para llegar a un lado, es necesario pasar por las poblaciones y la parte no turística...
Tres cuadras antes de llegar a la casa, comenzaron a caer unas pequeñas gotas que al cabo de unos metros llegaron a ser lluvia copiosa. Caminé despreocupado, ignoré el clima y me hice indiferente. Lllegue empapado, me cambíe de ropa, y decidí no salir a recorrer la ciudad por el resto del día.
Las cosas se veían en cámara lenta y en blanco y negro, como si la camara hiciera una toma en primer plano de la cabeza, que miraba preocupada el suelo, y buscaba las imperfecciones de la vereda.
La persona que venía en frente, un señor de no mas de 48, parecía hacer el mismo ejercicio. Quizas pensaba en su familia, o quien sabe... al verlo, lo evadí y segui caminando.
Lllegue a la esquina, el semáforo estaba en rojo y la gente se detuvo a esperar. Yo miré, y seguí caminando. El frío era agradable, tenía las mejillas heladas y mis manos estaban en los bolsillos de la chaqueta. sentí ganas de fumar. Un par de tipos, con fachas desagradables se acercaron a acosarme para que les diera un cigarro... no les di, no fumo.
El viento seguía golpeandome la cara y me hacía sentir como el aire se inmiscuía dentro de mis ojos.
Lllegué a donde iba y, ahi estaba la gente que no quería ver y con la que no queria estar, preguntando cosas que no quería responder y pidiendome que les contara cosas que no les quería contar.
Me alejé de ellos con paso raudo y me metí en el edificio. Subí al segundo piso y fui a la oficina a hablar con quien debía.
Salí decepcionado, y ahi estaban de nuevo, preguntando, molestando y regocijandose con la situación. Me sentí incómodo, sentí como sus miradas escrutaban mis respuestas, mis gestos, mis actitudes, mis silencios, mis negligencias... Sentí como sus agujas penetraban por debajo de mis uñas, sentí como prendían el foco y lo apuntaban a mis ojos, sentí como intentaban violar mi privacidad.
Me sentí culpable por permitirles llegar a esa situación, sentí el peso de las responsabilidades que desconocí e ignoré. Dejé de sentir el viento en mi cara.
Salí caminando por donde vine, tratando de reencontrarme con ese sublime momento de reflexión, pero no fue lo mismo, porque los limites ya habían sido traspasados y el daño ya era demasiado grande...
Nunca más he vuelto a sentir el calor de las nimiedades mientras, tanto uno mismo como la propia mente divagan por la consciencia y por la ciudad.
La ciudad es como la consciencia, gustas de ella hasta que empieza a llover. Mientras más la recorres, más conoces los suburbios, los que son cada vez menos elegantes, hasta llegar a ser desagradables. Dependiendo de la situación, recurres a uno u otro sitio, pero a veces para llegar a un lado, es necesario pasar por las poblaciones y la parte no turística...
Tres cuadras antes de llegar a la casa, comenzaron a caer unas pequeñas gotas que al cabo de unos metros llegaron a ser lluvia copiosa. Caminé despreocupado, ignoré el clima y me hice indiferente. Lllegue empapado, me cambíe de ropa, y decidí no salir a recorrer la ciudad por el resto del día.