sábado, septiembre 29, 2007

Dilema

El dilema persiste, la disyuntiva crece, el cigarro se consume y la nube se extiende por la mente. Los ruidos decoran el ambiente como las luces lo hacen en una ciudad. Nada claro hay, y ahora menos que antes.
El humo inunda la habitación y el olor se impregna a la ropa con majadería. Reacio, estático e inmutable, el humo se marea al pasear por su cara antes de difuminarse en el aire como si un dedo esparciera el grafito del lápiz por un papel. Inmóvil, la vista se clava en el aire, con los ojos neutros en la espesura de la cristalina agua que corre por la calle.
La luna, con paciencia, ve cómo la gente la observa estupefacta desde el balcón mientras piensa en quinientas cosas en forma simultánea. Las luces encandiladas de la ciudad se saludan de una en una, mientras el día se despide con parsimonia del cielo rubífico teñido con gotas lila.
Mientras tanto, el dilema persiste, la disyuntiva cerce y el cigarro sigue consumiéndose en el cenicero, en la boca y en el viento etéreo que se deforma al pasar por su semblante nublada.

jueves, septiembre 06, 2007

El piano más triste

Llegó a su casa y al abrir la puerta, vio la oscuridad del living con olor a nostalgia, escuchó los gritos con que la soledad se manifiesta y dejó las llaves en el cenizero. Caminó al ventanal y sintió el calor de las sombras que eran su única compañía. La luz anaranjada entraba por la ventana y le golpeaba la cara. Observó el andar autómata de los autos en la calle, el caminar manso de la gente que volvía a sus casas, y una lágrima traidora asómo su prístina presencia. Mientras le acariciaba la cara, le enterraba el puñal de la memoria por la espalda. Esa memoria que viste con un velo blanco, que camina con ligereza y que con su belleza atormenta la conciencia. Esa memoria que hace temblar el orgullo y que susurra la muerte con delicia.
La espesa niebla de la razón se asentó en su cabeza y se expandía como un cáncer hambriento. La melodía lisonjera de un piano sonó en su cabeza y la tristeza que de él manaba, bebía con avidez las lágrimas que rompían su semblante rígido e inmóvil. La música sufría con cada respiro de él y él sufría con cada nota del piano y su lastimera melodía. Lenta y cálida se le acercaba y con el dedo le repasaba las huellas que el llanto dejaba en su rostro. Caminaba con sus ojos puestos en los de él y le rodeaba con movimientos esquivos, se abrazaba a su cuello y se acercaba segura hasta sentirse en completa intimidad. Deslizó su mano hacia su mejilla y con la mano temblorosa repasó los labios de él. El tiempo se detuvo, el sonido de la calle se apagó y los ojos del mundo se volvieron sobre ese instante. Las notas más altas del piano sonaban y caían junto con las lágrimas que copiosas llegaban al dedo de la melodía aún sobre su boca. Le rodeó con sus brazos el cuello, y el beso fue lento, largo como el invierno y quieto como la nieve. La embestida fue dulce, la ternura dolorosa y el triste piano canta, dice y reposa junto al agua que no cesa de caer por sus mejillas.