miércoles, marzo 05, 2008

La historia

CAPITULO UNO: TODO ANTES DE UN BESO
Cuando finalmente la pudo ver a la cara después de armarse de valor, agradeció que la oscuridad del lugar fuera el cómplice perfecto para ocultar la vergüenza que se expresaba a través de sus mejillas sonrojadas. Segundos más tarde una lluvia de recuerdos lo invadió y ató todos los cabos sueltos de la historia que protagonizaban. Recogió cada una de las migajas de pan que ella, tan conciente e inconciente, dejaba en el camino que los tenía uno frente al otro en ese momento. Las palabras que salieron de su boca, a pesar de haber sido cuidadosamente escogidas, se atropellaban con torpeza y reflejaban la incomodidad que los abrazaba tan tiernamente. Por fin los mensajes subliminales implícitos en tantos cómodos silencios parecían cobrar el sentido que tenían. Los peldaños en los que estaban sentados fueron los primeros testigos de lo que a continuación ocurriría...

CAPITULO DOS: LA CIUDAD AJENA
La luz incipiente de la mañana llegaba junto con la sonrisa que se regalaban mutuamente. Caminaron unas cuantas cuadras antes de que él se percatara que sus manos se coqueteaban con los pulgares. El sueño era el peor enemigo en ese momento sin embargo, al llegar cada uno a su destino se convirtió en el mejor aliado de la imaginación y la memoria.
Al dar el mediodía una canción resonaba en su cabeza y le dibujaba una sonrisa desde adentro hacia afuera, que hacía la perfecta pareja con el cielo semi nublado que inusualmente acompañaba esos días de diciembre.

CAPITULO TRES: LA FRÍA INDIFERENCIA
Hacía calor y, a pesar de que sus manos se acariciaban, un halo dubitativo la circundaba. Su indecisión lo confundía y el tiempo decidió obrar en favor del suspenso. Cada vez que se vieron esquivaban las miradas de complicidad que gritaban por salir de los ojos de cada uno. Fue como el tiempo que transcurre mientras se duerme en un viaje: al despertar simplemente no sabía en qué punto se encontraba.

CAPITULO CUATRO: TARDE
El verano se acababa y el retorcido juicio del destino estableció que se vieran a diario e involuntariamente. Cada uno se miraba de soslayo y la rabia crecia calladamente en ambos. El vuelco fue tan inesperado como ya era costumbre entre ellos, y como ya había sido establecido, el tiempo optó una vez más por el suspenso. La gratificante espera se manifestó una tarde cuando caminaban y en un arranque de valentía él tomó su mano para hacer que ella se volviera. Su emoción era enorme y cada uno de esos viejos y empolvados silencios resucitaron. Nuevamente, el ingenio relució para decifrar las miradas que ella lanzaba furtivamente. Sentía una compañía cálida y cada vez que la recordaba su corazón latía con paz y una enorme tranquilidad...

CAPITULO QUINTO: CRÓNICA DE UN QUIEBRE ANUNCIADO
Era un lunes en la noche, hacía frío y las palabras de ella le sonaron como si un ventanal gigante de pronto se desplomara. Era todo. Sabía que ese día venía, su mente estaba relativamente preparada para eso; ya había sobrevivido a algo similar antes. Pero, ¿y su corazón? ¿Cómo lo preparas si de pronto te ves como si hubieses sacado a ventilar todos los muebles de la casa cuando cae intespestivamente una lluvia torrencial que empapa hasta los recovecos más inaccesibles del sofá? Fue una noche en que hacía frío y la visceralidad lo rodeaba y lo ahogaba.

CAPITULO SEIS: ESA FRÍA NOCHE
Esa noche se repitió una y otra vez. Venía como la sombra que la noche trae. Otra vez venía. Los pensamientos lo traicionaban. La nostalgia lo atacaba haciendo ese maldito trabajo. Otra vez llegaba la noche y se acompañaba siempre de un piano triste. Otra vez llegaba esa noche con ese persistente dilema. Otra vez venía la noche y su conciencia fluía redundante y majadera como el humo del cigarro que se impregna en la ropa. Otra vez venía y se acompañaba de la ventisca de pensamientos turbulentos y sentimientos llenos de inseguridad e incertidumbre...

CAPITULO SIETE: TARDE OTRA VEZ
Llegó el momento en que el ciclo se completaba una vez más y los dos, ignorantes el uno del otro, se miraban nuevamente envueltos en una atmósfera de incomodidad. Sin darse cuenta él se encontraba recogiendo las migas que ella, esta vez más inconcientemente, había dejado dispersas. Se miraban una vez más con el aire que se interponía entre sus cabezas en franca disminución. El escenario se repetía y las claves eran familiares. El sabor del momento era fresco y todos los capítulos se paseaban detrás de sus ojos mientras ella mordía nerviosa sus labios. El tiempo había pasado, pero al parecer nada había sido en vano, porque ese momento era suyo y sería así por quién sabe cuánto tiempo más...