Ciencia y alma
Desde un tiempo a esta parte vengo considerando cada vez más la idea de la falta de alma con que la sociedad se desarrolla. Creo que hubo un punto de inflexión en el que las cosas dejaron de ser tangibles y a la vez inmateriales pero vivas, para darle paso a una vorágine de empirismo que se alimenta de un "cifrismo" inerte y totalmente llano.
Antes las cosas solían tener más de arte. Hoy todo existe sólo en los márgenes de lo técnico y lo comprobable. Antes las cosas tenían artesanía, observación y espíritu, alma. Las cosas tenían vida propia y dialogaban con quienes las decubrían. La técnica dominó al alma. Hoy todo gira en torno a porcentajes, a gráficos y números insípidos.
Creo que esto es porque el enfoque de las sociedades occidentales, en su mayoría, gira en torno a valores absolutos incluso cuando se trata de propiedades cualitativas. Es como si todo tendiera a los "cuantos".
Existe una frenética desesperación por vivir con un norte que se forja en blancos y negros, que no da cabida a matices y que se empeña en crear un pensamiento colectivo convergente.
¿Por qué digo esto? Lo digo porque la ciencia desplazó completamente al alma y en ese momento, la segunda quedó relegada al plano astral, místico y paranormal. En algún momento de la historia se produjo esta nefasta disociación y a partir de ahí, la ciencia misma murió.
Creo que la escencia de la ciencia, precisamente está en darle un significado al alma, por eso es que ambas deben ser armónicas e ir de la mano. Porque donde el alma se inquieta entonces, la ciencia trata de explicar y si la ciencia no explica, el alma apacigua a la ciencia para volver al equilibrio. Pero si la ciencia, como ha sucedido, mata al alma, entonces la técnica nace para reemplazar al alma y la técnica como es áspera, desgasta a la ciencia en vez de nutrirla. El resultado de esto es una ciencia que se inmiscuye en los recovecos más recónditos del pensamiento y comienza a carcomer el status quo del pensar. Cae en remolinos, en agujeros negros y laberintos indescifrables que no llevan a ningún lado.
Se olvidó la sencillez de la pregunta, y se empezó a buscar cosas cada vez más rebuscadas. Hoy el pensamiento está amarrado y es llevado como el ganado hacia el matadero por un curso único e incuestionable. Se irguieron los muros infranqueables del conocimiento y se tornaron en pesadas moles que ahora debemos llevar a cuestas y que impiden movernos con libertad en el campo del pensamiento y del conocimiento. Las universidades poco han hecho para fomentar el espíritu crítico porque, claro, es más fácil caminar por donde otros ya han pasado antes.
Hubo un tiempo en que las cosas no eran así, en que la mente nadaba con libertad, preguntaba, cuestionaba y se respondía. El alma y la ciencia eran uno, y el error no existía porque no había una pauta inamovible y rígida. Las cosas eran más bien como una banda de jazz, donde las notas fluyen y nunca hay nada pre establecido, donde una canción, sin importar el número de veces que se toque, nunca es la misma y donde el único límite es la propia imaginación.
No existe la verdad, existen verdades. No hay una solución, hay varias. No hay una fórmula, hay tantas como personas habemos en este mundo. Teniendo esto como premisa, volveremos a los días en que nuestras palabras no eran una anotación al pie de página de las palabras del resto. En esos días en que los dioses no eran el empirismo y la estructura, sino que eran el alma y el fondo. Volveremos a tener como centro al ser humano y no a la técnica. Porque la ciencia antes que todo, es humanismo.
Antes las cosas solían tener más de arte. Hoy todo existe sólo en los márgenes de lo técnico y lo comprobable. Antes las cosas tenían artesanía, observación y espíritu, alma. Las cosas tenían vida propia y dialogaban con quienes las decubrían. La técnica dominó al alma. Hoy todo gira en torno a porcentajes, a gráficos y números insípidos.
Creo que esto es porque el enfoque de las sociedades occidentales, en su mayoría, gira en torno a valores absolutos incluso cuando se trata de propiedades cualitativas. Es como si todo tendiera a los "cuantos".
Existe una frenética desesperación por vivir con un norte que se forja en blancos y negros, que no da cabida a matices y que se empeña en crear un pensamiento colectivo convergente.
¿Por qué digo esto? Lo digo porque la ciencia desplazó completamente al alma y en ese momento, la segunda quedó relegada al plano astral, místico y paranormal. En algún momento de la historia se produjo esta nefasta disociación y a partir de ahí, la ciencia misma murió.
Creo que la escencia de la ciencia, precisamente está en darle un significado al alma, por eso es que ambas deben ser armónicas e ir de la mano. Porque donde el alma se inquieta entonces, la ciencia trata de explicar y si la ciencia no explica, el alma apacigua a la ciencia para volver al equilibrio. Pero si la ciencia, como ha sucedido, mata al alma, entonces la técnica nace para reemplazar al alma y la técnica como es áspera, desgasta a la ciencia en vez de nutrirla. El resultado de esto es una ciencia que se inmiscuye en los recovecos más recónditos del pensamiento y comienza a carcomer el status quo del pensar. Cae en remolinos, en agujeros negros y laberintos indescifrables que no llevan a ningún lado.
Se olvidó la sencillez de la pregunta, y se empezó a buscar cosas cada vez más rebuscadas. Hoy el pensamiento está amarrado y es llevado como el ganado hacia el matadero por un curso único e incuestionable. Se irguieron los muros infranqueables del conocimiento y se tornaron en pesadas moles que ahora debemos llevar a cuestas y que impiden movernos con libertad en el campo del pensamiento y del conocimiento. Las universidades poco han hecho para fomentar el espíritu crítico porque, claro, es más fácil caminar por donde otros ya han pasado antes.
Hubo un tiempo en que las cosas no eran así, en que la mente nadaba con libertad, preguntaba, cuestionaba y se respondía. El alma y la ciencia eran uno, y el error no existía porque no había una pauta inamovible y rígida. Las cosas eran más bien como una banda de jazz, donde las notas fluyen y nunca hay nada pre establecido, donde una canción, sin importar el número de veces que se toque, nunca es la misma y donde el único límite es la propia imaginación.
No existe la verdad, existen verdades. No hay una solución, hay varias. No hay una fórmula, hay tantas como personas habemos en este mundo. Teniendo esto como premisa, volveremos a los días en que nuestras palabras no eran una anotación al pie de página de las palabras del resto. En esos días en que los dioses no eran el empirismo y la estructura, sino que eran el alma y el fondo. Volveremos a tener como centro al ser humano y no a la técnica. Porque la ciencia antes que todo, es humanismo.